Una de las razones por las cuales viajo es para conocer. Conocer, otros paisajes y geografías. Y otros "otros". Afortunadamente, la Vida siempre tiene pensado algún horizonte mas amplio que el puedo imaginar. Y me lleva a conocerme un poco mas a mi misma, y un poco mas de ella.
En este viaje, en varias ocasiones pudimos sostener algunos diálogos. Diálogos que intentaré verter en algunos relatos. Los cuales espero los acerquen a ella, un poco más. Y, al mismo tiempo, a ustedes mismos.
Con los pies puestos en el primer cordón de la selva ecuatoriana, en la región de Puyo; haciendo muchos esfuerzos por no caerme en el barro, tuve una de las primeras imágenes fuertes.
Había caminado largo rato con dificultad, mirando al piso para no caer. Pensé que por el esfuerzo puesto en esa acción, me estaba perdiendo la Vida verde que me rodeaba.
Levanté la vista y observé a María, nuestra guía. Una mujer de pelo largo azabache con rasgos parecidos a los de una guerrera y a las mujeres de las pinturas de Guayasamín. La vi caminar con paso firme y seguro. Y entendí que tenia que confiar en mis piernas, que alguien las habría creado de esa forma para asegurarme firmeza en mi andar.
Pensé en nuestras ciudades y nuestros esfuerzos por buscar baldosas seguras sobre las cuales pisar. En el cemento que nos rodea para sentirnos cobijados de un viento que acaso nos despeine. Y escondernos.
Escondernos. Sin saber muy bien de qué o de quién.
Tal vez de nosotros mismos.
Uno de los relatos de la creación del mundo sostiene que al principio de los tiempos, todo se encontraba desordenado y vacío. Así, la Vida, a través de su Palabra, creó todo lo que conocemos hoy con nuestros ojos.
A través de la Palabra, sostiene el pueblo que narró por siglos esta historia, la Vida dio origen a la luz, separándola de las tinieblas. Definió los límites entre el cielo y el mar. Y entre este y la tierra. Tal cual la conocemos. Sol, luna y estrellas tomaron forma como guía de tiempos y estaciones. A través de la Palabra, la Vida, dio nacimiento a los seres que habitarían las aguas y la tierra según su especie.
De su esencia misma, tomando parte de sí, y con la fuerza del interior de un volcán, la Vida tomo parte de su composición fundamental y dio origen al primer ser.
Habiendo observado todos los elementos que había creado: el aire, el fuego, la tierra y el agua; sin duda alguna, se convenció de que sería la tierra el mas noble, fructífero e indicado elemento para darle forma.
Tomó un poco de tierra, mezclada con agua, es decir: barro. Y con ella creó al primer ser que habitó este planeta. La Vida tuvo cuidado de cada detalle. Ese ser sería el templo de su propia existencia. "No hay apuro, porque su fin es perfecto", pensó.
A medida que resolvía detalles, puso especial empeño en la estructura que lo sostendría. En el interior, colocaría una estructura firme que la sostuviera en su andar. Que respondería en cada paso de manera automática, sin necesidad de mayor esfuerzo. Dos piernas para sostener. Dos brazos para abrazar. Dos manos para alimentar, dar y recibir. Ojos para ver. Nariz y boca para respirar. Oídos, dos, para escuchar a otros y a ella, al mismo tiempo. Y un corazón para dar y recibir amor.
Todo estaba perfecto. Entonces, tomó la decisión mas importante de la creación: la Vida abrió sus labios y sopló sobre el primer ser de la tierra y de todos los tiempos: aliento de Vida. Es decir, sopló de ella misma.
A partir de entonces, nosotros, los hijos de la Tierra; llevamos dentro nuestro, Vida. Es decir, la capacidad de crear pequeños o grandes mundos.
Quienes nos precedieron, fueron concientes de esta relación entre nosotros, nuestro cuerpo, la Tierra y la Vida. Sin mediatización alguna, fueron capaces de sostener la conexión con ella y con nuestro origen: la Tierra. Respetaron su belleza y el denominador común que compartimos: la bendición de dar Vida.
Dar Vida no es un milagro, es una decisión. Es la decisión de crear mundos a través de la Palabra.
Pero para que esta formula de magia divina funcione, irónicamente, es necesario, el silencio. Solo al conectarnos con nuestra voz interior; en este caso, finalmente, con la Vida que llevamos dentro; seremos capaces de tomar el poder que nos da para crear. Es ella, quien, mejor que nadie, conoce esta potencialidad.
Pero para escuchar hay que hacer silencios. A veces grandes y profundos. Llenos de honduras que nos rasgan el corazón y nos ensangran los dedos y el cuerpo. Solo asi es posible sanar.
Es ella quien dejó dentro de cada uno de los hijos de la Tierra, el poder de crear a través de las palabras.
Lejos quedó de las grandes urbes y de la historia de la humanidad el registro de ese regalo.
Para poder ver ese poder dentro de nosotros es necesario cerrar los ojos. Hacer silencio con nuestra boca y oídos. Abrir el alma a la escucha. De lo que ella tiene para decirnos y de lo que nos decimos nosotros mismos. Silencio. Sin bulla. Solo silencio.
Desnudarse de toda racionalidad e ideas. Quitarse toda la ropa mojada que nos enfría el alma hasta calar los huesos. Derrumbar todo miedo que nos asedia con fantasmas virtuales. Rugir con la fuerza de mil leones para aclarar la garganta y expulsar demonios internos.
Buscar incansablemente el silencio que nos llevará a charlar con ella. Para que nos diga lo que necesitamos escuchar. Para que nos de el abrazo que necesitamos. Y su caricia nos entibie el alma y se transforme en sonrisa y lagrimas de felicidad.
Acercarnos a la tierra, salir de la baldosa; dejando que el viento nos despeine, que el agua nos inunde, y el fuego nos incendie internamente. Solo corriendo todos esos riesgos....solo así nos acercamos a sus manos.
Y en esas manos nos volvemos a sostener, como cuando pequeños, nos sostienen para dar los primeros pasos. En silencio. Sin pronunciar palabra. Solo sonriendo, felices por dar esos primeros pasos. Sostenidos por nuestras piernas, firmes. Para que nos sostengan, sin pensar, mientras andamos. Y solo después de poder soltarnos de esas manos. Solo después de poder dar esos pasos y sostenernos por nuestra propia cuenta. Ella nos suelta. Y nos da un beso de felicidad.
Ahora si, estamos preparados para dar nuestros primeros pasos con la palabra. Ahora si podremos hacer uso de ella, para dar vida a nuestra propia vida.
Volví a bajar la vista para mirar mis pies caminando firmes por el barro, y sonreí.
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