Observé el desparramo de una lágrima. Y mi
cuerpo esparcido en tu silencio.
Le pregunte al Poeta que se puede escribir en
una noche como esta. Los versos más tristes, me dijo. El ultimo dolor.
Y una voz me dice que es el viento. El que
llevará estas palabras a tus oídos. Y podrás oírme, tocarme, sentirme en tu
piel. Y entenderás lo que duele.
Me pregunte que se puede escribir en una noche
como esta. Y busque el auxilio de los amantes. Y vi en sus miradas la mía. El
amor que se acaba. La ausencia. Una ausencia de a dos. Pero sobre todo, el
dolor más doliente, el que no desaparece cuando se termina el amor.
Me pregunte que se puede escribir en una noche
como esta. Y solo podría describir tus brazos rodeándome. Tu cuerpo, apropiándose
del mío. Tus manos recorriéndome. Tu boca apresurándose a destrozarme. Tu sexo
preciso, ansioso, urgente. Mi deseo susurrándote. Tus marcas en mi piel. Tu
silencio. Tu espacio. Que por breve, fue mío.
Y me retuerzo en la urgencia de cambiar el
mundo. De cambiar el mío. Y como guerrera tenso mi arco. Y me esfuerzo, me estrujo,
me aprieto, me comprimo, me reprimo, me exijo, me castigo, me requiero, me pretendo
y me ahogo.
Sin aire.
Me cuestiono estos versos. Me pregunto cuanto
valen estas flechas al viento. Y me quito la armadura. Y enfrento mi desnudez.
Y tomo las alas del viento para que me envuelvan, para que me abriguen de este frío
violento. Y en esas alas llegan las voces de los poetas. Que trascendieron
todos los siglos. Y los dolores. Y avivan el fuego. Y encienden la punta de
esta flecha, de este verso. Y me gritan que dispare, otra vez. Las veces que
sean necesarias. Al fin de cuentas, me dicen, por más que sea al viento. Por
mas que el viento sea el dueño. Serán estos versos, estas flechas, una y otra
vez, las que hagan al amor, eterno.
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