A mi sobrina Natalia,
fuente de inspiración de esta historia y de un profundo amor.
Dicen los
que saben, que toda mujer nacida del vientre de esta tierra, es concebida con una
porción de elementos en su medida justa y necesaria: un puñado de barro, un
soplido de brisa y una luz de estrella en particular. A cada mujer un puñado,
un soplido y un retazo de luz de estrella distinto. A cada mujer, una porción diferente
y especial.
Cuentan los
que saben contar que al sur del río que cruza el continente verde de este a
oeste, y al norte de las aguas grandes, nació una pequeña niña. Pequeña y
singular. Singularmente bella.
Dicen los
que saben contar que ni bien germinó del útero su llanto rasgó el cielo. Pero que
ese llanto no se produjo por miedo, si
no por la tristeza que le causaba desprenderse tan tempranamente del tibio
vientre materno.
Cuentan…que
ese lamento reclamó la atención de la estrella más brillante que temblaba en el
cielo del último mes del año; y titiló de amor por esa pequeña. Entonces, decidió
hacer algo asombroso y nunca visto en la tierra de los hombres. Resolvió convertir
su cuerpo celeste en el cuerpo de un hada. Un hada pequeña pero brillante, y
acompañarla todos los días de su niñez. Enseñándole lo más importante que toda
mujer debe saber: que jamás estará sola mientras una estrella tiemble de amor
en el cielo y que toda su aparente debilidad es apenas el disfraz de una
valiente guerrera.
Y así
transcurrieron los años, y la dulce niña creció bajo el cuidado de una estrella
convertida en hada. Así transcurrieron muchas lunas y muchos soles, mientras ella
crecía en belleza y en amor. Quienes la rodeaban comenzaron a preocuparse por
las pocas palabras que esta niña mujer dejaba salir de su boca. Ante las
preocupaciones ella apenas sonreía, porque sencillamente sabía que era mejor el
silencio, porque así las estrellas se escuchan mejor. Sobre todo la suya.
Un buen día
esa niña dejó completamente su cuerpo pequeño y se vistió de mujer. Se engalanó
con los ropajes de una guerrera. Creció dulce, de ojos rasgados, piel tostada
por el sol del meridiano y cubierta de una hermosura que fue la envidia de los
mismos astros por varias estaciones.
Esa
mañana, su estrella convertida en hada se despidió de ella para siempre, recordándole
“Mientras mas sueñes, más oirás mi voz. Ama, ama profundamente. Porque solo así,
se hará mas fuerte el barro del que está hecho tu corazón, mas fuerte será el
soplido que contienes dentro para sostenerte y mas fuerte brillará la estrella
que te acompaña”.
Cuentan los
que saben contar, que todas las noches mientras cada mujer duerme, una estrella
titila de amor en el cielo. Dicen los que saben, que también hablan a sus
corazones, recordándoles lo que nunca deben olvidar.
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