A diferencia
de la tribu de los guardianes del alma, los orpes no estaban divididos ni en
aldeas ni en tareas. Todos eran lo mismo y sus quehaceres se parecían como el
agua se parece al mar. Habitaban el desierto que ningún humano vio. Pero se
supo que era desértico porque todo era nada en ese lugar.
En el
origen, los orpes habitaban el mundo invisible. Cuerpos hechos de espíritu.
Espíritus formados de cuerpos. Tan bellos como hasta ahora nadie pudo imaginar.
Estos seres tenían la propiedad de tomar la forma de lo que habitaban. Era
suficiente con que extendieran parte de sí sobre la materia que deseaban ser, y
ellos lograban el pase de espíritu a materia y de materia a espíritu cada vez
que lo quisieran. Es así como recorrían atardeceres adquiriendo la forma de
todo lo hermoso que existe bajo el espejo celeste que ocupa el cielo: ternuras
color celeste, arcoíris multicolor, ríos y volcanes ardientes, cortezas
frondosas, cerezos carnosos, sabores del cacao, e incluso, la forma de seres de
barro de prominente belleza.
Por razones
que se sabrían mucho tiempo después, el poder que les otorgaba el don que los diferenciaba
de otros seres, confundió sus almas. Es así como luego de varios cientos de
ciclos solares detrás del comienzo de todo lo creado, ellos confabularon en sus
almas una idea que tenía el sabor amargo
de una raíz de invierno: despojar al hombre de su memoria, y lograr así que
este olvide quien es.
Cuando el
Astro Amarillo, de quien nada se puede esconder, descubrió el sentir de sus
almas, lloró por primera vez. Es así, como los orpes iniciaron el exilio y la
tarea de substraer al hombre la memoria de su origen, para empoderarse sobre
él, someterlo y reinar sobre el mundo de lo visible.
Los relatos
antiguos y los narradores del sur del continente verde, se valen de su
sabiduría y de su arte para advertir a los hombres sobre estos seres. Aunque
nada pueden decir de su apariencia. Solo pueden soltar a los cuatro vientos el consejo:
que ningún ser nacido del barro quede sin ser nombrado a la hora de su
nacimiento. Que ningún ser de barro quede sin escuchar de los labios de los
narradores, la historia que los hermana a sus antepasados. Que ningún ser de
barro camine por la tierra sin retener la memoria de su origen, en cada paso,
en cada despertar y anochecer del sol. Porque cada vez que un orpe extienda
parte de sí sobre él, la única forma que encontrará de retener la Vida , será recordando el
origen de quien es.
Hermoso Ana!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarGracias Ale,
Eliminarabrazo enorme para vos!